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Los textos que presentamos a continuación  pertenecen, con alguna que otra modificación, al artículo de Estiva Reus y Antoine Comiti, “Abolir la carne”, publicado en el número 29 de Cahiers Antispécistes (febrero 2008) e impreso en forma de folleto bajo el título “Cerrar los mataderos”. Dicho artículo desarrolla un argumento detallado en favor de la abolición, siendo esta el resultado de diversas elecciones fundamentales en el campo de la ética. Del mismo modo, explica por qué esta parece ser la única opción razonable tanto en lo que concierne a los animales, como en cuanto al medio ambiente.

La abolición: ¿una utopía?

La reconversión laboral

Por un ecologismo más sensible

El proyecto de abolición en el presente

Los pies en el suelo, la cabeza en las nubes

 

La abolición: ¿una utopía?

La idea que se defiende aquí es la necesidad de actuar con el firme propósito de prohibir legalmente la producción y el consumo de la carne animal. Esta medida es necesaria y su obtención es posible sin tener que esperar la llegada de una revolución intelectual o de la organización de la sociedad.

El “movimiento mundial por la abolición de la carne”, también denominado “movimiento por el cierre de los mataderos”, resume de este modo su posición:

Porque la producción de carne implica la muerte de los animales que se consumen,

Porque la mayoría de ellos sufren debido a las condiciones de vida y a las de la propia matanza,

Porque consumir carne no es necesario,

Porque los seres sintientes no deben ser maltratados o sacrificados sin necesidad alguna,

La ganadería, la pesca y la caza de animales, así como la venta y el consumo de carne animal deben abolirse.

“No se deben maltratar o matar a animales sin necesidad”: en todo el mundo, este precepto forma parte de la moral común. En todo el mundo el consumo de productos de origen animal es la causa principal que perpetúa el maltrato y la muerte de los animales, sin ser algo necesario. Dicho precepto está teniendo gran impacto: hay personas que rechazan los productos de origen animal; otras reducen el consumo de carne, también las hay que solo adquieren productos que garanticen el buen trato de los animales e incluso algunos países han adoptado leyes para proteger a los animales criados para consumo humano. Pero estas medidas no son suficientes: la cantidad de ganado y de peces capturados crece inexorablemente en todo el mundo, mientras que la ganadería industrial se convierte en una práctica generalizada. Sería absurdo esperar que las medidas adoptadas a favor del bienestar animal terminen asegurando unas condiciones de vida y de muerte decentes a los varios millones de animales consumidos cada año: los pescadores y ganaderos no van a considerar el bienestar de los animales frente a la rentabilidad de su negocio y no se dispone ni del espacio, ni de la mano de obra suficientes para tratar con el cuidado necesario a tantos animales.

Concienciarse de que la producción de carne animal implica un impacto ambiental desastroso no hará que la suerte reservada a los animales mejore automáticamente: si no tenemos en cuenta el propio interés de los animales, esta toma de conciencia puede acarrear consecuencias contrarias a las que se desean, es decir, provocaría el aumento de la ganadería.

El contraste existente entre el deber que reconoce tener el ser humano para con los animales y el verdadero modo en que los trata no tiene por qué ser únicamente fruto de la hipocresía. Este contraste nos muestra que los cambios espontáneos de comportamiento de los consumidores no son lo suficientemente poderosos como para finalizar con esta carnicería. Y existen razones para ello. De hecho es una situación bastante corriente: tampoco se ha hallado una solución para la inseguridad en la carretera, para la contaminación, para la miseria o para el maltrato infantil. La capacidad de cada persona para modificar sus hábitos y solucionar las cosas no es suficiente, a pesar de que los anteriormente citados sean problemas más que presentes en nuestra sociedad.

Para acabar con el horrible destino  de los animales de consumo, es necesario que la cuestión se lleve también al ámbito político. Se trata pues de comenzar un proceso que culminaría con la adopción de leyes que prohíban la caza, la pesca y la ganadería para consumo humano. Del mismo modo, las instituciones públicas jugarían un papel importante en cuanto a la reconversión laboral de los trabajadores que dependen de estas actividades. Este proceso empieza con la expresión pública de la reivindicación por la abolición del consumo de carne.

La reconversión laboral (cómo asegurar el futuro de los trabajadores del sector de la carne)

Si la desaparición de la carne se inscribe en un proceso político, surgirán diversas cuestiones relacionadas con las personas que viven de la ganadería o de la pesca. Será entonces necesario ocuparse de su reconversión y facilitar políticas públicas para ello.

Trabajadores de las fábricas de carne

La mayor parte de la producción actual se efectúa de manera industrial. Los puestos de trabajo son poco o nada cualificados, además de física y psicológicamente penosos. El personal rota constantemente y se observa una fuerte presencia de trabajadores originarios de sectores desfavorecidos en cuanto al acceso al empleo. Es cierto que se dan casos de crueldad deliberada contra los animales, pero la violencia por parte de los trabajadores es esencialmente inherente a la organización y a la finalidad de sus tareas. No les es posible cumplir su cometido si no es ignorando, maltratando y matando a los animales. Algunas personas pueden ser indiferentes a este aspecto, pero no es la regla general. Los trabajadores a cargo de estas tareas son conscientes de la brutalidad del mundo en el que trabajan y de la dificultad que supone blindarse personalmente para poder soportar lo que deben hacer. Incluso llegan a asustarse de su propia falta de sensibilidad cuando realizan de manera automática lo que en un principio les parecía algo repugnante.

Pequeños productores de países en desarrollo

En el extremo opuesto, encontramos modelos de producción ganadera y de pesca que se practican con un capital bajo o inexistente y que constituyen el sustento para numerosas familias de países pobres. Los ingresos de 120 millones de personas dependen, a menudo parcialmente, de la pesca, de nuevo con un alto porcentaje (en términos de empleo) de pesca artesanal realizada por individuos de sectores pobres.

Acompañar a los trabajadores de la industria de la carne en su reconversión

Aunque la carne no sea necesaria en la alimentación del ser humano, sí que lo es para asegurar los ingresos de los trabajadores que la producen. No es ético apoyar una actividad simplemente porque ésta genera empleo. (¿Habría entonces que entorpecer las medidas de prevención de enfermedades o de conflictos bélicos para preservar el empleo en la industria farmacéutica o de armamento?). Sin embargo, es algo realista, además de ético, preocuparse por el futuro de aquellos que hoy se ganan la vida gracias a la producción animal cuando se considera terminar con la actividad que les sustenta.

Millones de familias pobres no abandonarán la ganadería o la pesca si esto significa pasar de una situación de mucha miseria a una situación de miseria extrema. Sin embargo, sería posible si se elaboraran políticas que les permitieran desarrollar otras actividades. Poner en marcha ciertas medidas que inciten al cambio sería imprescindible para facilitar la llegada de los productos vegetales a las zonas donde hasta ahora no se han producido o donde no se han recibido las cantidades necesarias para alimentar a la población.

Hay que añadir que independientemente del hecho de abolir el consumo de carne, la actividad de los pequeños productores ya se encuentra en una situación comprometida. Debido a la poca viabilidad económica de las micro explotaciones, éstas desaparecen rápidamente dada la evolución actual del sector agrícola. Las consecuencias sociales podrían evitarse con la implantación de políticas cuyo objetivo sea la creación de empleo en otros sectores.

Mientras que la pesca, la ganadería y las actividades que de estas prácticas derivan forman parte de un tejido económico más rico, el declive de estos sectores no tiene consecuencias negativas a la larga. Muchos sectores han desaparecido en el pasado: la demanda se reorienta hacia otro tipo de producción, y esto genera empleo. Solo restaría ocuparse de las dificultades económicas relacionadas con la desaparición de la producción de carne. Estas suelen concentrarse en sectores sociales concretos (y a menudo en zonas geográficas precisas en las que esta actividad es de mucha importancia), donde puede originarse desconfianza frente al miedo a la incertidumbre. Asimismo, los puestos de trabajo que desaparecen no son forzosamente reemplazados por otros nuevos, por lo que se daría lugar a un período de bajos (o menos) ingresos y de poca demanda. Incluso cuando no se dan estos intervalos de ajuste, los puestos suprimidos y aquellos de nueva creación no son vividos de la misma manera por parte de la sociedad. Los primeros son ocupados por personas concretas que resisten al posible deterioro de su situación; los segundos, por individuos indeterminados que no pueden hacer presión para que su futuro mejore. Esta misma asimetría se observa en la percepción de la opinión pública en cuanto a este tipo de situaciones: nos identificamos más fácilmente con personas concretas que manifiestan sus inquietudes frente a un acontecimiento al que tememos todos (la pérdida de empleo y su correspondiente salario), que con los posibles beneficiarios de unos nuevos puestos, además de con el sufrimiento, durante mucho tiempo oculto a ojos de todos, de los animales de crianza y de los peces. Por ello, el proceso de supresión de la carne será más fácil si se evita el debate público sobre la falsa elección entre “salvar el empleo o salvar a los animales”. El futuro de los trabajadores ligados a la ganadería o a la pesca es una cuestión de la que deben preocuparse los simpatizantes de la abolición, procurando al mismo tiempo concebir, proponer y reivindicar ciertas medidas para garantizar su futuro. Esta es una de las razones por la que la cuestión de la carne debe proponerse a nivel político. La transición hacia un modelo económico del que la producción animal ya no formara parte se haría en las mejores condiciones para los trabajadores si se movilizaran a tal efecto los medios de los que dispone el poder público en cuanto a la gestión del territorio, de las políticas de formación y de ayudas económicas de diversa índole.

Es importante llevar a cabo este cometido para con los trabajadores puesto que es el resultado de una elección justa, y no de la falta de proporcionalidad de la opinión pública en cuanto al estado actual de este asunto. No es cuestión de razonar entre concesiones que derivan de la ética al realismo, ya que no existe realmente un conflicto entre ambos conceptos.

Por lo tanto, lo justo sería que se solicitara a los contribuyentes con el fin de facilitar los ajustes económicos necesarios, en lugar de hacer que los costes de la transición se concentren sobre aquellos que han sido parte de una producción financiada por toda la sociedad. Tenemos (o no) la misma capacidad de elección en cuanto a nuestro consumo como en cuanto a nuestro empleo. Y sobre todo, la abolición del consumo de carne se inscribe dentro de un movimiento que busca una civilización más atenta a las necesidades de todos los seres sintientes. No se trata de instaurar un especismo inverso donde olvidaríamos que los humanos son también seres sensibles. Considerar que el hecho de procurar un futuro a los trabajadores de la carne en una sociedad con menos violencia es un deber de la sociedad, contando con la mediación de las instituciones públicas, será el testimonio de la realidad de esta evolución. Este será también el símbolo que ayudará a acabar con el miedo a adoptar una actitud más justa y generosa con los animales: miedo a que el fin del humanismo coincida con el cuestionamiento de los dispositivos y valores que han permitido hasta ahora aplacar las relaciones humanas y que las han hecho más solidarias.

Por un ecologismo más sensible

Hoy en día sabemos que los océanos estarán vacíos para el año 2050 si la pesca continúa. Esta práctica es la primera causa de devastación ecológica: más importante que el calentamiento global, más que la ganadería, más que la contaminación industrial.

Los océanos se convertirán en desiertos. ¿De qué se habrán vaciado? Pues de todos sus habitantes, exterminados, masacrados. Cuando hablamos de los océanos muertos en un futuro próximo, pensamos que los animales acuáticos como elementos de un todo: el Océano. Pero estos seres no forman parte únicamente del entorno (de los humanos), sino que son también, y ante todo, habitantes de este medio. Debemos pues considerar que ellos mismos poseen una vida que les pertenece y un entorno que les importa.

¿Un entorno habitable para quién?

Es importante que nos hagamos una pregunta: “¿A qué entorno pertenece este planeta? ¿Para quién debe permanecer (convertirse) en un lugar habitable y serlo de manera duradera?”. Los humanos no son los únicos habitantes sensibles de la Tierra. Los otros animales también poseen interés en disfrutar de un hábitat conforme a sus necesidades. Un universo de jaulas, redes y anzuelos no constituye verdaderamente un entorno deseable para ellos. ¿Para qué sirven los proyectos de “desarrollo sostenible” o de “crecimiento sostenible” que solo consisten en hacer duraderamente insoportable la existencia de los que comparten este planeta con nosotros?

Resolver los problemas medioambientales consecuencia de la ganadería con la abolición del consumo de carne no es ni más difícil de organizar, ni menos beneficioso para los humanos que poner en marcha la pesada transición hacia una ganadería intensiva con carácter ecológico. Incluso es probable que la única vía favorable, tomando exclusivamente  en cuenta el punto de vista de la humanidad, sea la abolición. Y en cuanto al punto de vista de los animales, la diferencia entre las dos opciones es abismal.

El movimiento por la abolición del consumo de carne debe formar parte del grupo de actores que permitirán el avance hacia un ecologismo más sensible y no únicamente humanista: procurar una buena gestión de la Tierra considerando los intereses de todos sus habitantes sensibles y dejando de apreciar a los animales solo como “recurso natural” disponible para nosotros, puesto que esto no interfiere en absoluto con los intereses a largo plazo de la humanidad.

El proyecto de abolición en el presente

¿La reivindicación de la abolición del consumo de carne no vería reducidas sus oportunidades de éxito en el ámbito político debido a que las exigencias propuestas no pudieran satisfacerse en un futuro próximo? Ningún parlamento o gobierno prohibiría inmediatamente el uso de los animales como alimento, ningún partido político importante añadiría esto a su programa. Por lo tanto, si concebimos el movimiento como reivindicativo del único evento que marcaría su culminación (la prohibición total), nos arriesgamos a que el impacto dentro del tejido político actual sea prácticamente nulo.

Aunque no tiene por qué ser así. Hay muchas medidas parciales que son coherentes con el avance hacia la abolición: hacer que las subvenciones para la ganadería y la pesca se vean reducidas hasta su desaparición, impuestos sobre la carne, promover el respeto hacia el derecho a no consumir carne (posibilidad de comidas sin productos de origen animal en la restauración colectiva), disminuir la llegada de los jóvenes a los sectores de la ganadería y de la pesca (y a los sectores asociados), entorpecer la apertura o la expansión de ganaderías, oponerse a la propaganda que hace creer que los productos de origen animal son indispensables para la salud, obtener la prohibición de producir o de importar cualquier tipo de carne obtenida en condiciones particularmente horribles… Empresas, redes de distribución y particulares tienen el derecho de crear en sus propios terrenos zonas donde la carne esté prohibida.

Apoyar la abolición del consumo de carne no implica en sí la ruptura con otros actores comprometidos en la lucha por ciertas mejoras puntuales relacionadas con  las condiciones de crianza y que se oponen a la ganadería industrial: esta es una de las maneras de expresar la atención que se presta a la suerte de los animales en nuestra sociedad; en cualquier caso, atacar a la ganadería industrial es cuestionar la casi totalidad de esta industria. En la práctica pueden darse muchas convergencias, pero no debemos olvidar que creer en el bienestar de los animales en la industria ganadera es una ilusión.

Reivindicar la abolición del consumo de carne no hace que el esfuerzo de informar a los consumidores con el fin de que rechacen los productos de origen animal pase a un segundo plano. El objetivo no es actuar únicamente de manera colectiva: no hay evolución colectiva si no es ganando el apoyo de los individuos que componen la sociedad. El objetivo, pues, es dirigirse a las personas como consumidores y como ciudadanos, para que ambos enfoques puedan reforzarse mutuamente.

Por otra parte algunas asociaciones animalistas ya han comenzado a actuar a diferentes niveles siempre ligados a este asunto: particulares, instituciones políticas, otras organizaciones (empresas, institutos de investigación, asociaciones…). El movimiento por la abolición del consumo de carne no busca alterar los métodos utilizados o las campañas realizadas, sino que busca favorecer la reinterpretación de una gran cantidad de iniciativas ya emprendidas asociando nuevos actores de lucha. Más allá del objetivo inmediato, se acometerán numerosas acciones considerándolas como pasos necesarios hacia la abolición del consumo de carne. Ya que este es el objetivo explícitamente fijado, llegará a formar parte de la vida pública como opción futura posible.

No nos dirigiremos hacia la abolición a pasos de hormiga durante todo el proceso. Habrá una aceleración en un momento dado y luego un “salto” al adoptar simplemente la prohibición pura. Pero antes de la llegada de este día, muchas serán las medidas parciales que constituirán las señales clave (y progresos efectivos) que harán creíble y palpable la idea de la abolición del consumo de carne. Estas medidas nos preparan para la aceptación y para la adquirir la voluntad de querer terminar con el sacrificio masivo de los animales con fines alimentarios.

La palabra es también importante para este movimiento, puesto que este existe gracias a que las personas y las organizaciones se declaran favorables a la abolición del consumo de carne animal. Existe desde el momento en que esta toma de posición se vive como algo más que la formulación de un deseo por un mundo mejor. Existe desde el momento en que se vive como algo realmente posible.

Los pies sobre la tierra, la cabeza en las nubes

La abolición del consumo de carne se inscribe dentro de un proyecto con carácter reformador. Este no exige pues una revolución total de las creencias y de las relaciones sociales para instaurar un orden radicalmente nuevo, sino que trata de aportar una respuesta a un problema concreto: el horroroso destino reservado hasta hoy a los animales de consumo. Asimismo, se busca la preservación del hábitat de los animales salvajes, al igual que se pretende contribuir a la resolución de problemas alimentarios y sanitarios de los seres humanos, además de la protección del planeta para las generaciones venideras.

Lo que es utópico no es querer abolir el consumo de carne, sino el hecho de pretender que nos encaminamos hacia la garantía de unas condiciones de vida y de muerte decentes para los animales criados, cazados o pescados. Esto sería el resultado de una postura ideológica delirante, sobre todo considerando que en el contexto actual, el control del daño ambiental de una producción en plena expansión amenaza con convertirse en un factor más en la intensificación de la ganadería.

A pesar de verse limitado, el proyecto de abolición persigue la máxima reducción del sufrimiento y de la muerte. Gracias a nuestro objetivo y al modo en el que emprenderemos nuestro camino hacia la meta, el proyecto apunta hacia una civilización más atenta a todos los seres sintientes que se ven afectados por nuestras propias elecciones. Al final del camino no se encuentra el paraíso, no obstante no estará tan mal como resultado de una reivindicación circunscrita.